Espejos


Dibujo: Barbara Weinmann
Dibujo: Barbara Weinmann

Espejos. Ya no sé qué pensar de ellos. Entiendo que de hacer una reflexión sincera llegaría a la conclusión vertiginosa de que en realidad no existen. Estoy convencida que son incapaces de mostrarnos nuestra verdadera imagen, aunque se hayan hecho fama con eso. En verdad, pobres inútiles, nunca podrán ganarle la batalla a nuestras sensibles mentes. Sino no se explica como algunos días nos paramos frente a ellos y sonreímos pletóricas de conformidad ante nuestra fisonomía y al día siguiente dejamos caer las lágrimas ante todas las imperfecciones que el mismo espejo nos muestra. Y una no cambia de un día para el otro, ni estamos tan perdidas como para creer que el bastardo de cristal se autoconfigura para jodernos. Intuyo que la cosa va por el lado del autoestima y de eso de los días felices y las depresiones sorpresivas. No cabe otra. Eso por un lado, después está la malicie. Y la palabra se me planta una y otra vez en la frente mientras me miro en el espejo de este cajón-probador de comercio sucursal de multinacional y no puedo dejar de acordarme de la madre que los trajo al mundo a todos. ¿Qué clase de visión comercial tiene esta gente? ¿Qué retorcido decorador les recomendó la ubicación de las luces, el color de las paredes y la compra de espejos de mala categoría con deformaciones del reflejo aquí y allá? Cierto que no es la primera vez que me pasa, pero yo resulto insistente. Así vaya a comprarme una falda, un vestido, ropa interior o una biquini (¡esto es lo más triste!) la experiencia del probador se convierte en un deja vú. Escojo la prenda/s y enfilo hacia la hilera de probadores saturadas de mujeres. Me sumerjo en la cajita de metro cuadrado, toda de color negro, con luces halógenas que caen en picada del techo y corro la cortina. Ahí quedo yo y mi semi privacidad (ya sabrán calcular que en tan reducido espacio la odisea de agacharse para embutirse en un pantalón o cualquier otro movimiento arriesgado hace que levantemos las cortinas con nuestras curvas, mostrando a toda la jauría de mujeres de alrededor – especialmente aquellas que esperan aburridas su turno- cómo luchamos para entrar en dónde no podemos.... hay que seguirle el consejo a las abuelas de llevar ropa interior en buen estado, nunca sabemos quien nos puede ver ni qué probador nos va a tocar en gracia). Miro las prendas que me gustan por última vez, dejarán de gustarme enseguida, lo sé, aunque siempre guarde algo de esperanza. Quisiera aclarar que jamas salgo a comprarme ropa si me siento deprimida u observo que no me veo bien ese día, tampoco es que sea tan masoquista. Me compro ropa cuando me siento bien, cuando me encuentro satisfecha de mi cuerpo, un regalo para lucir con esa imagen que tanto me gusta.... por lo menos hoy. Cuando me termino de desvestir veo que la cosa ya no va bien, no soy la misma que en el espejo de casa, no solo me encuentro potencialmente más gorda, sino que la posición de las luces y el color de las paredes hacen que TODO mi cuerpo haga sombras: las cicatrices, la celulitis (¡dios! ¡tengo hasta donde no creía posible, tengo hasta en las uñas!), las arrugas, las rodillas, las bragas, los vellos.... todo hace sombra y por supuesto eso no está bien. Entonces me unto de fe y pienso: “igual me va a quedar bien” e inicio la fase final de la destrucción del día y la autoestima, me pruebo la ropa. Toda la ropa que lleve hasta el cubículo satánico porque me gustaba. El final de la obra es siempre el mismo, recojo violentamente las prendas en un puñado de ira y se lo arrojo a la dependienta sobre el mostrador mientras le grito que no quiero nada, que no me gusta como me queda. Una sola vez tomé el coraje suficiente para discutir lo que me había sucedido dentro del probador con la encargada del lugar. Le dije: “mirá nena, no me voy a llevar nada porque no puedo creer lo mal que me hace ver ese espejo, me devuelve una imagen deforme de mi y por supuesto dentro de esa imagen tu ropa interior, muy linda colgada y vacía, me queda para el regio culo”. Claro que es un acto de arrojo, porque yo me estaba exponiendo a una respuesta como “el espejo esta bien, la imagen deforme la traes vos de tu casa” y otras cosas por el estilo. Pero la encargada, lúcida y gentil, me contestó “si, no sé porqué los hacen así, a todas las mujeres les pasa igual, todas se quejan de los mismo”. “¿Y por qué eso, acaso no les interesa vender?” pregunté yo. “Si -me dijo- vender se vende igual, pero veas la cara con que se van las mujeres”. Qué triste. Qué maldad. Porque ya no alcanza con que llegues a tu casa y en tu espejo te veas mejor, la imagen fraudulenta (la del probador queremos creer) ya está grabada en nuestra retina a fuego y sospechamos. Por eso aquel día que entré a una tienda de suéteres y en el espejo del probador me veía divina, aunque después la dependienta me confesó que el espejo estaba “arreglado” para mostrar una imagen estilizada, yo le compré dos prendas. De pura agradecida nomás.

 

Relato: Ana Laura Giumelli


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Comentarios: 1
  • #1

    marce (domingo, 26 febrero 2012 02:15)

    tiene muuucho que ver con la tienda a la que vas mamita, las mas top tienen todos los espejos arreglados, a mi un poco de bronca me da, porque pienso, mira que hijos de puta como te la venden, pero bue, asi que hace el ejercicio inverso, cuando te sientas muy deprimida, te armas de fuerza y te vas a probar un par de prendas a uno de estos lugarcitos ultra top y listo calixto! y no les compres nada a esos malditos bastardos, que sabemos las imagenes mienten