Hace como que no.


Hace como que no, pero si. Luego gira distraídamente sobre sus talones, mira de reojo. Sonríe como alguien que quiere esconder el gesto de sonreír, pero para que vean el gesto, para que vean que el gesto debería estar oculto, pero no lo está, porque en verdad no era la idea. La idea era que se notara. La farsa dentro de la farsa, que debe verse farsa pero no saberse. Es muy complicado el juego de las comunicaciones sin palabras, de las comunicaciones de conquista, de las conquistas adolescentes.

Él se sonroja. La mira abiertamente y deja que los colores le suban al rostro. No siente pudor de sentirlo, porque no lo puede evitar y además es más torpe que ella en el juego de ocultar. Y después no importa que su piel vuelva al color normal, porque está tan absorto mirándola, con la boca abierta y los ojos saliéndose de sus órbitas, que hasta era preferible enrojecer. Solo vuelve en sí cuando ella desaparece de su campo visual.

Apenas dobla la esquina, él ya está calculando cuando volverá a verla. Dos días, quizás tres. Algo amargo se le estaciona en el fondo de la garganta. Porque aunque sepa que ella no sale todas las tardes a pasear, él irá por ahí, buscándola. Porque uno nunca sabe, porque siempre espera tener más suerte que ayer.


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