Fotografías


Mira las muecas rígidas de los juguetes de su hijo llovidos sobre el espacio del escritorio. No deberían estar allí, pero él tampoco y sin embargo allí está, sin moverse demasiado, observa. Se detiene en los ojos vacíos de las fotografías, fragmentos robados al tiempo como los suspiros atascados ante la muerte sorpresiva. Su rostro aparece en casi todas las escenas expuestas para el recuerdo. Su niño y ella.

Le tiemblan las manos y la conciencia. Delante suyo descansa un papel doblado y sobre su memoria oscila una clave alfanumérica. Ambas cosas son llaves que abren y no cierran. Abren un ordenador, abren una certeza, abren heridas que no sabrá manejar correctamente. No sabe qué lo retiene ahora, no sabe que fue de ese impulso colérico, afiebrado, demente que antes lo empujó a rebuscar a hurtadillas, a robar a escondidas como un perro con hambre y miedo. Solo sabe que ahora desea tener los ojos muertos de esas fotos, el cuerpo inválido de esos muñecos. Quiere ser de plástico y colores, dueño de imaginaciones ajenas y luego descansar donde lo dejen aunque el escritorio de mamá no sea el lugar permitido.

Piensa demasiado y sabe que se equivoca. Intenta por todos los medios hacer coincidir lo que quiere hacer y lo que debería, busca una lógica aplastante, una excusa irrefutable, quiere perdonar, busca que lo perdonen. En el fondo sabe que es más fácil olvidar una sospecha que extraviar una realidad.

Mira las fotos abandonando los actos de sus cuerpo al libre albedrío de sus impulsos, mientras él sueña con los intersticios que unen esos fragmentos de tiempo encuadrados. Fuera de sus dedos y su conciencia. Y luego sin quererlo recuesta su cabeza sobre el caos del escritorio, cerca del teclado del ordenador y mira lejos. Sus ojos se quedan quietos, se llenan de un instante de tiempo eterno.


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