Agua...

Mares y tormentas


Se me acerca al oído y me dice algo, pero silba tanto que no alcanzo a entender nada. Parece importante, todos los secretos lo son y yo no he podido pescarlo o ella no ha sabido soltarlo. Lo que fuese pero se ha perdido, así que me aferro a su abrazo la acerco a mi oreja y le digo que me lo repita: otra vez. Esta vez pone su mano como muralla. Sus labios rozan mi piel y su aliento humedece mi cabello como una neblina pegajosa. Empieza a contarme de nuevo pero yo lo único que siento son burbujas delicadas y frágiles que revientan en mi oído. Una y otra y otra más y me hacen cosquillas durante sus cortas vidas entre su boca y mi oreja. Cada pelotita de agua contiene letras de colores frescos que al reventarse mojan mi cerebro. Quizás alguna logre entrar, eso es lo que estoy pensando. Lo que no entiendo es porque se ven tan frescas y yo siento tanto calor y una sensación de pesadez y humedad al recibirlos. Quiero que este secreto termine, pienso, empieza a marearme. De pronto se aleja y sonríe. Yo estoy sonriendo también, pero son las cosquillas y el alivio del aire fresco sobre la mitad de mi cara donde se apoyaba. No tengo el coraje de decirle que también esta vez lo he dejado caer sin más. No cualquiera es digno de un secreto y yo, la elegida, no he sabido guardarlo donde debía. Nadie va a encontrarlo, pero tampoco nadie va a guardarlo, no se ha creado ese espacio de comunión. Ella me está mirando, cree que yo ya sé eso tan importante y yo dejo que lo crea, es mejor eso a intentar que entienda que lo único que hizo fue llenarme la oreja de burbujas.