Z


Sonó el teléfono. Z  levantó el tubo y recibió la orden con total frialdad, no gesticuló ni se sorprendió, no sintió miedo ni respondió. Luego apoyó el auricular sobre la mesa, nadie volvería a llamarlo. Inmediatamente y sin vacilar apretó el botón. Cuando se sentó en su silla sabía que el caos ya estaba reinando sobre la tierra. Pronto todas las ciudades presenciarían una masacre silenciosa, soledad y desesperación. Con el tiempo ya no existiría nada, salvo él, efímero ser como los demás, él en su presencia simbólica propia, la que acababa de ganarse.

Pero a pesar de todo lo que ocurría en ese momento y de sus consecuencias en cercano futuro, las cuales Zconocía muy bien, él no sentía el más mínimo remordimiento, ni la más pequeña pizca de culpa, todo lo contrario, percibía un relajamiento de felicidad. Z sabía que tenía un tiempo, por pequeño que fuese, un tiempo en donde la tierra, el cielo, el aire y todo, exactamente todo lo que quedara en pie sobre el mundo sería de él, de su absoluta posesión y esto lo hacía sentir imponente. Inmediatamente después de degustar este pensamiento Z abandonó el lugar. Antes de abrir la puerta que lo comunicara con el exterior, agradeció haber sido él quien tuviera el honor de ser el padre del Apocalipsis y respiró poder. Así se preparó para recibir el gran premio final, la experiencia de ser Dios, conjunción de creación y destrucción. La puerta se abrió y Zcomenzó a caminar bajo el cielo más limpio que se haya visto jamás. Su sonrisa crecía a cada paso hasta que algo tropezó con su pie. Un triciclo sin dueño se abrazó a su zapato. Zlo miró detenidamente y luego se desplomó.

Murió instantáneamente de tristeza.


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