Señor Blum


  • ¿Señor Blum?

 

 

 

El hombre de estatura media, estructura física corriente, poseedor de ese tipo de facciones que pasan desapercibidas porque las hay por todos lados y sobretodo artífice cotidiano de una vida extremadamente normal, miró a la secretaria estereotipo sin hacer ningún gesto que expresara algo.

 

Entonces la secretaria repreguntó:

 

 

 

  • ¿Señor Blum? ¿Es usted el señor Blum?

 

  • No, yo soy el señor Rosemblum.

 

  • Usted perdone, debo de haber equivocado su apellido en la ficha, señor Rosemblum, quería comunicarle que ya puede usted pasar al consultorio, el Doctor ASTRI lo atenderá enseguida – como buen estereotipo de secretaria había hecho hincapié en el apellido de aquel que le pagaba el salario.

 

 

 

El señor Rosemblum se puso de pie, se inclinó levemente para arreglarse la línea del pantalón y se dirigió parsimonioso hacia el consultorio. En su camino notó que el estereotipo de secretaria poseía unos pechos abultados y que no llevaba sujetador. Fue un pensamiento neutro sin ningún tipo de sentimiento ni ideas adicionales, algo así como: La secretaria tiene pechos abultados y no lleva sujetador.

 

Por su parte, la secretaria, quien podía observar cosas sin salirse de su postura de “concentrada en una carpeta”, había notado que el señor Rosemblum era dueño de la cabellera rojiza más bella que hubiera visto jamás. Pero su pensamiento no se hubo de quedar en la mera observación de un detalle físico, sino que fue un poco más allá: ¡Qué lindo pelo que tiene el Blum! Lástima que sea lo único lindo que tiene. Ciertamente, la última acotación no tenía ningún fundamento porque apenas el señor Rosemblum hubo desaparecido detrás de la puerta, su imagen también se había borrado de la mente de la señorita secretaria. No podría haber respondido a una descripción de su fisonomía ni bajo tortura, no recordaba ni el menor detalle de cómo era, ni siquiera su cabellera rojiza. Esto no era magia, era insignificancia.


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