Nahuel

Basado en una historia real del jueves pasado


Le pregunté que había soñado. Nada, me dijo. Porque parecían pesadillas, insistí. No me acuerdo, insistió. Se quedó mirándome mientras me terminaba de vestir para llevarlo al jardín (todavía era de noche, hacía frío y llevaba una semana lloviendo). ¿Y cómo sabés eso? Porque te escuché. ¿Y qué decía yo? Te quejabas y lloriqueabas. Entonces serían los monstruos, declaró con el gesto adulto de una preocupante deducción (y lo era). No contesté. Yo ya estaba avisada de que de venir los monstruos tendría que retarlos por molestarle el sueño con el miedo. No por nada ostento el premio a la super mamá otorgado por mi mismísimo hijo. Y entonces me lo dijo, me recriminó: vinieron los monstruos y vos no estabas despierta. Lo miré y le respondí con toda la seguridad que logré juntar a esa hora de la mañana: yo sí estaba despierta, el que dormías eras vos y te perdiste flor de lucha y después te abracé y te protegí. Se le escapó una sonrisa envuelta en un suspiro de alivio. Saltó y me abrazó. Yo también suspiré aliviada. Pasé la prueba de fuego aunque me haya quedado la voz ronca de tanto retar monstruos.